Una pareja de tres: tú, yo y el conflicto
Cuando todo va bien
Cuando comenzamos una relación de pareja todo parece perfecto. Cualquier cosa que hagamos o digamos es una novedad para la otra persona. Si ésta posee cualidades que nosotros no tenemos tendemos a admirarlas como especialmente deseables. Si, por el contrario, vemos en el otro características similares a las nuestras, nos alegra la coincidencia. En estas circunstancias cualquier tipo de interacción suele ser gratificante, y en todo caso desarrollamos la capacidad de aceptar y comprender.
No somos perfectos
Como seres imperfectos que somos todos poseemos vulnerabilidades ante determinadas circunstancias. Yo puedo ser extremadamente sensible a las críticas, ser emocionalmente muy dependiente o ser muy impulsivo. En todo caso somos la mejor versión posible de nosotros mismos dadas nuestra herencia genética, las circunstancias en las que hemos crecido y el entorno social que nos ha tocado vivir. Si hubiéramos tenido otro tipo de padres, si hubiéramos nacido en otro país, si perteneciéramos a otra cultura o viviésemos en otra época, seríamos diferentes. Es nuestra historia personal la que marca nuestro carácter, nuestra forma de ser y de reaccionar, y la que moldea nuestras vulnerabilidades.
El conflicto
Cuando nos vemos expuestos a aquellas circunstancias a las que somos vulnerables es cuando surge el conflicto. Desde esta perspectiva el conflicto no es bueno ni malo, se trata en realidad de una señal que nos avisa de que estamos siendo superados por las mismas.
Vivir en pareja supone exponernos a esas vulnerabilidades entrando en conflictos que nos ponen a prueba. Si somos capaces de superarlos estaremos aprendiendo y creciendo a nivel personal.
Los conflictos difíciles
Sin embargo, a veces surge un tipo especial de conflicto que no suele tener una fácil resolución, que suele ir empeorando con el tiempo y que no nos hace crecer, más bien nos hace sufrir en exceso. Parece como si cualquier posible solución empeorara la situación de la pareja. Y cada uno de los miembros comienza a percibir al otro de una forma diferente. Lo que antes eran rasgos deseables del otro ahora son defectos, lo que antes podíamos aceptar y comprender ahora lo vemos como muestras de intenciones ocultas. Una vez instalados en esta dinámica hemos caído en la trampa, somos una pareja de tres: tú, yo y el conflicto.
La trampa
Una trampa podría ser definida como un tipo especial de conflicto que enfrenta la vulnerabilidad de uno de los miembros de la pareja con la vulnerabilidad del otro miembro, de forma que ambas sean incompatibles para llegar a la resolución correcta.
Tomemos como ejemplo la historia de Pedro y María.
Él es una persona celosa que necesita constantemente saber dónde y con quién está María. Ella, que es emocionalmente dependiente, evita siempre los conflictos cediendo a las exigencias de Pedro. Debido a esta situación, María se encuentra cada vez más oprimida en la relación y se siente peor, por lo que se va distanciando de Pedro. Éste vive el alejamiento como una señal de que puede estar interesándose por otra persona, e intenta controlarla aún más, lo que provoca en María un mayor distanciamiento. Están entrando en un bucle que tiene difícil solución.
La solución
La solución no es pretender que nunca existan conflictos. Es imposible evitar el encontrarnos con situaciones conflictivas en cualquier ámbito de nuestra vida.
Tampoco es una solución que cada uno intente cambiar al otro para que se adapte a sus necesidades. Se trataría más bien de un trabajo conjunto para comprender y aceptar la historia personal de cada uno, desarrollando, además, la habilidad de reconocer cuando se está iniciando un conflicto y poder resolverlo antes de que éste se desencadene al completo. Comprender y aceptar nuestra historia personal nos permite además ser capaces de superar nuestras propias vulnerabilidades.
También se trataría de generar la tolerancia necesaria cuando los cambios resultan difíciles, teniendo claro que existen conductas que no pueden ser toleradas, como la violencia doméstica, el abuso de sustancias, las infidelidades o comportamientos compulsivos como el juego, conductas que requerirán de un tratamiento distinto al de una terapia de pareja.
Sigamos con el ejemplo de Pedro y María.
En lugar de que cada uno de ellos dedique esfuerzos para cambiar al otro, Pedro podría profundizar en el origen de su desconfianza hacia María y aprender a gestionar el malestar que le supone, y María podría profundizar en su incapacidad para defender su espacio vital. Cuando cada uno trabaja sus propias vulnerabilidades respetando las del otro es posible salir de la trampa y resolver los conflictos de una forma más eficaz.
Y si una vez que hemos comprendido el origen de nuestros conflictos llegamos a la conclusión de que no queremos seguir manteniendo la relación de pareja, siempre es preferible hacerlo de la forma menos dolorosa posible tanto para nosotros como para nuestros hijos, en el caso de que los tengamos … pero eso ya es tema de otro artículo.