Nuestra «forma» de ser
¿ Porqué somos como somos ?
¿ Te has preguntado alguna vez porqué eres como eres? ¿Por qué en determinadas circunstancias reaccionas de una precisa manera y no de otra?
¿ Qué determina que ante una misma situación haya personas que reaccionan de maneras totalmente distintas?
Las respuestas a estas preguntas se encuentran en nuestras experiencias tempranas: aquellas que vivimos durante nuestra primera infancia.
El ser humano nace con un sistema nervioso inmaduro, un sistema muy básico de supervivencia que nos mueve a través de impulsos instintivos y que continúa desarrollándose fuera del útero materno en función de las experiencias que vivimos.
Dado que las condiciones ambientales en las que fuímos concebidos pueden cambiar de manera impredecible, los mecanismos necesarios para enfrentarnos a ellas no pueden preverse genéticamente. Por tanto, una maduración del sistema nervioso posterior al nacimiento, lejos de resultar un inconveniente, supone una eficaz estrategia de la naturaleza que nos permite una mejor adaptación al entorno a partir los primeros días de vida.
Temperamento y carácter
Como hemos visto no sólo somos resultado de nuestro legado genético. También la interacción con nuestro entorno participa en nuestro desarrollo. Todo aquello que percibimos y experimentamos, principalmente en nuestros primeros años de vida, nos va modelando, va acabando de formar nuestro sistema nervioso y nuestra propia constitución.
Si bien es cierto que nuestro temperamento puede fomentar que unos hábitos se desarrollen más que otros, también la influencia del entorno puede contribuir a que determinados genes se expresen o queden en silencio.
Aunque nacemos con un determinado temperamento, la influencia del entorno es la que termina de esculpir nuestro carácter.
Temperamento: características innatas de componente genético que definen nuestro modo de interpretar y responder a los estímulos.
Carácter: Es nuestra personalidad aprendida, el conjunto de hábitos instalados en nuestro inconsciente a partir de las experiencias vividas.
«En cierto modo la herencia genética, la albergada en los genes, no hace más que presentar al ser vivo unas posibilidades de juego, como un croupier que alarga una baraja a los jugadores. Es importante cómo está “construida” la baraja y también cómo se juega con ella.”
J. Rof Carballo “Violencia y ternura”
Importancia del cuidado durante la primera infancia
Como puedes imaginar el papel que juegan nuestros cuidadores durante nuestra primera infancia es fundamental. Especialmente nuestra «madre», la persona que nos ha criado, que no siempre ha de coincidir con la madre biológica. Esta función puede haber sido llevada a cabo por una abuela, un tío, un hermano o hermana mayor…
Del tipo de cuidado que recibamos va a depender nuestra forma de percibir el mundo, determinando de manera inconsciente nuestra forma de reaccionar ante la vida, nuestros hábitos, nuestras creencias, nuestros miedos, nuestra visión del mundo y nuestra auto imagen.
Todo ello inculcado no sólo a través de un aprendizaje consciente y racional por medio del lenguaje oral, sino también mediante un lenguaje emocional percibido a través de los gestos, las caricias, la ternura, la agresividad, la sensación de protección o abandono…
Toda esta información es procesada de forma inconsciente generando un modelo interno de nuestra experiencia en el mundo y un conjunto de hábitos emocionales aprendidos para relacionarnos con él.
Nuestros sentimientos y emociones actuales son como un eco de nuestras experiencias afectivas del pasado que continúan influyendo de manera inconsciente sobre nuestro presente. A través de estas experiencias queda conformado nuestro sistema de creencias, que guía nuestra manera de desenvolvernos en la vida y que asumimos como propio, cuando en realidad está muy influenciado por los juicios, ideas y opiniones que otros depositaron en nosotros.
Mecanismos automáticos de respuesta
Nuestros automatismos surgen como una forma de adaptación al entorno en el que nos tocó vivir. Cada uno de nosotros encontró su propia “receta” para calmar su malestar ante determinadas situaciones y a fuerza de repetirla fue consolidándose hasta quedar fijada de manera involuntaria en nuestro inconsciente.
El problema es que los hábitos que desarrollamos cuando éramos niños no siempre son los más adecuados para desenvolvernos en la edad adulta, bien porque elaboramos una respuesta a partir de percepciones erróneas, incompletas o difícilmente comprensibles para nuestra edad o bien por resultar ya inadecuada para el nuevo entorno en el que vivimos.
Si te paras un segundo a pensar en ello, es posible que te reconozcas en ciertos hábitos emocionales que te acompañan, como el miedo, la ira, la tristeza, que pueden llegar a ser poco adaptativos o incluso destructivos, pero que se presentan de forma tan automática que te resulta muy difícil liberarte de ellos.
El camino de la liberación
Tomar conciencia de cuál es nuestro perfil emocional y de su influencia sobre nuestra existencia nos abre a la posibilidad de transformarnos a nosotros mismos si así lo decidimos. Esto nos permite convertirnos en una nueva versión más acorde con nuestra verdadera esencia, libre de los automatismos y las creencias inconscientes.
Eso sí, recuerda que ahora ya eres la mejor versión posible de ti mismo en función de las circunstancias que te tocó vivir. De aquí en adelante mejorarla o no depende de tí.